Publicado originalmente en www.dariovive.org.
En memoria de Luis Benencio, un luchador por el control obrero de las condiciones de trabajo
(11/2/1945 - 28/12/2011)
por Eduardo Gurucharri.
por Eduardo Gurucharri.
Quiero despedirme de Luis. La noticia del fallecimiento me llegó el 29 de diciembre por la tarde, horas después de la ceremonia en el cementerio de la Chacarita, comunicada apenas la recibió con atribulada sorpresa por nuestro común amigo Abel. Y quiero despedirme de Luis, y recordar a Susy y al Polaco, porque durante un período mantuvimos una intensa relación.
"La primera experiencia en nuestro país de control obrero de la seguridad e higiene", aseguraba una larga nota sobre la lucha de los trabajadores de los astilleros navales Astarsa, publicada en 1974 en el "El Cumpa", un periódico para el frente sindical que promovía el MR17 (Movimiento Revolucionario 17 de octubre), la organización donde yo militaba.
No podía saber entonces que en 1988 conocería a Luis Benencio, el responsable de aquella primera comisión obrera de control de las condiciones de trabajo, la que por cierto fuera impuesta a la patronal de Astarsa por sus trabajadores, que se declararon en huelga, ocuparon la empresa y retuvieron personal jerárquico indignados por la muerte del obrero José María Alessio en un "accidente de trabajo" que no era tal, sino un hecho previsible y evitable. Cada barco que se construía en el gran astillero del Tigre se llevaba por lo menos la vida de un obrero. Lo diferente fue que en mayo de 1973 los trabajadores dijeron basta. El conflicto coincidió con la asunción del gobierno por Cámpora, lo que contribuyó al rápido triunfo de la huelga.
La comisión de control duró hasta el 24 de marzo de 1976. Durante ese período, ningún obrero dejó su vida en Astarsa por accidente de trabajo. Tampoco en Mestrina, el otro astillero importante de la zona.
Producido el golpe (1976), los dos establecimientos fueron ocupados militarmente. Sesenta trabajadores fueron secuestrados. Treinta permanecen desaparecidos. La represión distó de ser al voleo. Los militares disponían de listas confeccionadas por la patronal y por elementos del sindicato naval del Tigre, que se mantenían allí por el fraude electoral y la complicidad estatal.
Cito a Benencio en un reportaje reciente que contestó a Página 12: "No se entiende la represión en Astarsa, si no se entiende qué fue el control obrero de las condiciones de trabajo: nosotros decíamos qué era salubre y qué insalubre en cada lugar, lo mismo sucedió en Mestrina y así durante tres años, y eso que es un tema que siempre fue vendido y entregado por la burocracia sindical".
Luis y su amigo el "Polaco" Rubén Díaz, delegado en Mestrina, eludieron la represión. Tiempo antes del golpe, en prevención dejaron de concurrir a sus trabajos y se ocultaron. Como la mayoría de la militancia naval del Tigre, se habían vinculado con la Juventud Trabajadora Peronista en 1973.
Vuelvo a citar a Luis. En 2006, durante una charla ante un centenar de docentes, en el marco del IX Encuentro Nacional de Historia Oral, un asistente preguntó por la influencia de Montoneros en la agrupación sindical y él respondió:
"Hay una subestimación de nosotros los laburantes que se da seguido (...) Cuando me invitan a hablar, me dicen ‘Bueno, pero ustedes fueron, digamos, captados por los Montoneros y después a partir de ahí hicieron todo lo que quisieron’. Yo no me sentí jamás así. En el caso nuestro no pasó nada de eso. ¿Por qué? Primero porque como les confesaba recién, yo aprendí a pensar, también, no mucho, pero un poquito, y eso me posibilitó poder discernir qué era lo bueno y qué era lo malo para mí. Lo que pasó concretamente con Montoneros, teníamos una ambivalencia ahí (...) Porque nosotros duramos tanto y tuvimos tanta fuerza y pudimos hacer lo que hicimos, no porque éramos valientes, sino porque también había un miedo hacia nosotros, que si a nosotros nos pasaba algo iba a intervenir la organización. Y lo segundo y que es lo central para mí (...) es que nosotros, cuando se acerca la JTP y empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue una discusión muy, muy grande (...) Los que sabíamos lo que había qué hacer dentro de fábrica éramos nosotros. Digo: ¡no nos subestimen tanto!"
En este punto conviene aclarar que Luis no fue un obrero formado en el peronismo revolucionario. De origen muy humilde, recibió inicialmente influencias clasistas a secas. Pasó por la izquierda peronista en el momento de auge, pero fue ante todo un militante social. Ejemplar, indispensable, casi huelga decirlo.
Al "Polaco" y a Susana Togno también los conocí en el 88, junto con Luis. Ellos ya habían fundado el Centro de Estudios del Trabajo (CET), dedicado a promover la formación e intervención de los trabajadores en el control y mejoramiento de sus condiciones de trabajo. Susy era fonoaudióloga - la hipoacusia laboral es moneda corriente en la industria - y contaban con otros profesionales comprometidos y expertos como el ingeniero Carlos Vaca y el médico Abel Bohoslavsky. Gabriel Fernández y Vivian Elem, por entonces editores del periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, diseñaban el boletín CET.
En 1988 la ONG pasó a contar con una pata en el estado. Transcurrían los comienzos reformistas de la gobernación Cafiero (a su ministro Luis Brunati, la Bonaerense le tiroteó el despacho respondiendo al primer intento de reformarla) y Vaca, más el licenciado Guillermo López Bentos y yo, durante un tiempo quedamos a cargo de la Inspección de Higiene y seguridad en el Trabajo en la provincia de Buenos Aires, donde logramos algunos avances merced a la colaboración del cuerpo de inspectores y el apoyo de cargos superiores. Fueron años de intensa actividad, sobre todo en capacitación obrera en sindicatos. Pero remábamos contra la corriente. La hiperinflación y la necesidad de defender las fuentes de trabajo absorbían las mejores intenciones y el triunfo del neoliberalismo bajo Menem y Duhalde hizo el resto. La financiación internacional que habían conseguido el Polaco y Luis se agotó y ellos se refugiaron en la FJA, la federación de sindicatos judiciales de provincias, adherida a la CTA.
El Polaco Díaz (quien por supuesto era tucumano y morocho y no rubio de ojos claros como Luis) publicó un libro sobre sus años '70, "Los claroscuros del alma". Aunque una parte reproducía los trabajos del CET sobre la experiencia de Astarsa y Mestrina, la principal era testimonial. Conservo el original que me trajo para pedirme opinión sobre la redacción. Le sobrevolaba un aire melancólico, algo así como un existencialismo criollo. Él falleció en 2003 (tuve que recurrir a su viuda Marta para precisar la fecha). Susy Togno murió pocos años después.
En los '90, un día Luis me contó alegre que unos periodistas compañeros le estaban grabando largas entrevistas sobre su militancia. Eran Eduardo Anguita y Martín Caparrós, los autores de "La voluntad". Casi simultáneamente, David Blaustein también filmó un testimonio de Benencio, que incluyó en su película "Cazadores de utopías".
En 2006, Luis viajó a Italia para testimoniar en el juicio que concluyó en la condena en ausencia contra genocidas victimarios de desaparecidos y asesinados de origen italiano, como Martín Mastinu y Mario Marras, compañeros suyos del astillero. Aquí, con la derogación de las leyes de impunidad, las marchas anuales en vísperas del 24 de marzo frente a Astarsa, en su Tigre, cobraron nuevos bríos. Ahora, cuatro prefectos aguardan en Marcos Paz la condena argentina que no podrán eludir.
La penúltima vez que vi a Luis fue el 12 de noviembre pasado en la ex-ESMA. Integró un panel en el marco del encuentro sobre "Empresas y terrorismo de Estado". Y aunque como hubiera dicho mi madre "la procesión va por dentro", se lo veía contento con los aplausos y el reconocimiento de los asistentes, que lo rodearon al terminar. La última fue el 30 de noviembre, en el viejo local de la CTA de la avenida Independencia. Esa vez, él y yo estuvimos entre el público asistente a la presentación de "Biografías y relatos insurgentes", de nuestro amigo el médico Bohoslavsky, quien militara en el PRT-ERP. Yo llegué sobre la hora y Luis se fue antes de terminar. Cuando lo advertí, estuve a punto de salir detrás suyo y no lo hice. Te debo, querido, el último abrazo y me consuelo con estas líneas.
"La primera experiencia en nuestro país de control obrero de la seguridad e higiene", aseguraba una larga nota sobre la lucha de los trabajadores de los astilleros navales Astarsa, publicada en 1974 en el "El Cumpa", un periódico para el frente sindical que promovía el MR17 (Movimiento Revolucionario 17 de octubre), la organización donde yo militaba.
No podía saber entonces que en 1988 conocería a Luis Benencio, el responsable de aquella primera comisión obrera de control de las condiciones de trabajo, la que por cierto fuera impuesta a la patronal de Astarsa por sus trabajadores, que se declararon en huelga, ocuparon la empresa y retuvieron personal jerárquico indignados por la muerte del obrero José María Alessio en un "accidente de trabajo" que no era tal, sino un hecho previsible y evitable. Cada barco que se construía en el gran astillero del Tigre se llevaba por lo menos la vida de un obrero. Lo diferente fue que en mayo de 1973 los trabajadores dijeron basta. El conflicto coincidió con la asunción del gobierno por Cámpora, lo que contribuyó al rápido triunfo de la huelga.
La comisión de control duró hasta el 24 de marzo de 1976. Durante ese período, ningún obrero dejó su vida en Astarsa por accidente de trabajo. Tampoco en Mestrina, el otro astillero importante de la zona.
Producido el golpe (1976), los dos establecimientos fueron ocupados militarmente. Sesenta trabajadores fueron secuestrados. Treinta permanecen desaparecidos. La represión distó de ser al voleo. Los militares disponían de listas confeccionadas por la patronal y por elementos del sindicato naval del Tigre, que se mantenían allí por el fraude electoral y la complicidad estatal.
Cito a Benencio en un reportaje reciente que contestó a Página 12: "No se entiende la represión en Astarsa, si no se entiende qué fue el control obrero de las condiciones de trabajo: nosotros decíamos qué era salubre y qué insalubre en cada lugar, lo mismo sucedió en Mestrina y así durante tres años, y eso que es un tema que siempre fue vendido y entregado por la burocracia sindical".
Luis y su amigo el "Polaco" Rubén Díaz, delegado en Mestrina, eludieron la represión. Tiempo antes del golpe, en prevención dejaron de concurrir a sus trabajos y se ocultaron. Como la mayoría de la militancia naval del Tigre, se habían vinculado con la Juventud Trabajadora Peronista en 1973.
Vuelvo a citar a Luis. En 2006, durante una charla ante un centenar de docentes, en el marco del IX Encuentro Nacional de Historia Oral, un asistente preguntó por la influencia de Montoneros en la agrupación sindical y él respondió:
"Hay una subestimación de nosotros los laburantes que se da seguido (...) Cuando me invitan a hablar, me dicen ‘Bueno, pero ustedes fueron, digamos, captados por los Montoneros y después a partir de ahí hicieron todo lo que quisieron’. Yo no me sentí jamás así. En el caso nuestro no pasó nada de eso. ¿Por qué? Primero porque como les confesaba recién, yo aprendí a pensar, también, no mucho, pero un poquito, y eso me posibilitó poder discernir qué era lo bueno y qué era lo malo para mí. Lo que pasó concretamente con Montoneros, teníamos una ambivalencia ahí (...) Porque nosotros duramos tanto y tuvimos tanta fuerza y pudimos hacer lo que hicimos, no porque éramos valientes, sino porque también había un miedo hacia nosotros, que si a nosotros nos pasaba algo iba a intervenir la organización. Y lo segundo y que es lo central para mí (...) es que nosotros, cuando se acerca la JTP y empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue una discusión muy, muy grande (...) Los que sabíamos lo que había qué hacer dentro de fábrica éramos nosotros. Digo: ¡no nos subestimen tanto!"
En este punto conviene aclarar que Luis no fue un obrero formado en el peronismo revolucionario. De origen muy humilde, recibió inicialmente influencias clasistas a secas. Pasó por la izquierda peronista en el momento de auge, pero fue ante todo un militante social. Ejemplar, indispensable, casi huelga decirlo.
Al "Polaco" y a Susana Togno también los conocí en el 88, junto con Luis. Ellos ya habían fundado el Centro de Estudios del Trabajo (CET), dedicado a promover la formación e intervención de los trabajadores en el control y mejoramiento de sus condiciones de trabajo. Susy era fonoaudióloga - la hipoacusia laboral es moneda corriente en la industria - y contaban con otros profesionales comprometidos y expertos como el ingeniero Carlos Vaca y el médico Abel Bohoslavsky. Gabriel Fernández y Vivian Elem, por entonces editores del periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, diseñaban el boletín CET.
En 1988 la ONG pasó a contar con una pata en el estado. Transcurrían los comienzos reformistas de la gobernación Cafiero (a su ministro Luis Brunati, la Bonaerense le tiroteó el despacho respondiendo al primer intento de reformarla) y Vaca, más el licenciado Guillermo López Bentos y yo, durante un tiempo quedamos a cargo de la Inspección de Higiene y seguridad en el Trabajo en la provincia de Buenos Aires, donde logramos algunos avances merced a la colaboración del cuerpo de inspectores y el apoyo de cargos superiores. Fueron años de intensa actividad, sobre todo en capacitación obrera en sindicatos. Pero remábamos contra la corriente. La hiperinflación y la necesidad de defender las fuentes de trabajo absorbían las mejores intenciones y el triunfo del neoliberalismo bajo Menem y Duhalde hizo el resto. La financiación internacional que habían conseguido el Polaco y Luis se agotó y ellos se refugiaron en la FJA, la federación de sindicatos judiciales de provincias, adherida a la CTA.
El Polaco Díaz (quien por supuesto era tucumano y morocho y no rubio de ojos claros como Luis) publicó un libro sobre sus años '70, "Los claroscuros del alma". Aunque una parte reproducía los trabajos del CET sobre la experiencia de Astarsa y Mestrina, la principal era testimonial. Conservo el original que me trajo para pedirme opinión sobre la redacción. Le sobrevolaba un aire melancólico, algo así como un existencialismo criollo. Él falleció en 2003 (tuve que recurrir a su viuda Marta para precisar la fecha). Susy Togno murió pocos años después.
En los '90, un día Luis me contó alegre que unos periodistas compañeros le estaban grabando largas entrevistas sobre su militancia. Eran Eduardo Anguita y Martín Caparrós, los autores de "La voluntad". Casi simultáneamente, David Blaustein también filmó un testimonio de Benencio, que incluyó en su película "Cazadores de utopías".
En 2006, Luis viajó a Italia para testimoniar en el juicio que concluyó en la condena en ausencia contra genocidas victimarios de desaparecidos y asesinados de origen italiano, como Martín Mastinu y Mario Marras, compañeros suyos del astillero. Aquí, con la derogación de las leyes de impunidad, las marchas anuales en vísperas del 24 de marzo frente a Astarsa, en su Tigre, cobraron nuevos bríos. Ahora, cuatro prefectos aguardan en Marcos Paz la condena argentina que no podrán eludir.
La penúltima vez que vi a Luis fue el 12 de noviembre pasado en la ex-ESMA. Integró un panel en el marco del encuentro sobre "Empresas y terrorismo de Estado". Y aunque como hubiera dicho mi madre "la procesión va por dentro", se lo veía contento con los aplausos y el reconocimiento de los asistentes, que lo rodearon al terminar. La última fue el 30 de noviembre, en el viejo local de la CTA de la avenida Independencia. Esa vez, él y yo estuvimos entre el público asistente a la presentación de "Biografías y relatos insurgentes", de nuestro amigo el médico Bohoslavsky, quien militara en el PRT-ERP. Yo llegué sobre la hora y Luis se fue antes de terminar. Cuando lo advertí, estuve a punto de salir detrás suyo y no lo hice. Te debo, querido, el último abrazo y me consuelo con estas líneas.
Querido Eduardo, gracias por estas líneas para el buen amigo común que fué Luis. Un abrazo.
ResponderEliminarBruno De Alto.